XX Concurso Literario “Alto Guadalquivir” 2022
Manuel Luque Tapia
«Felicidades mamá»                                                   

I.- Me llamo Lucas Luna. Tengo trece años y acaban de diagnosticarme Síndrome
de Asperger. No entiendo muy bien qué ha cambiado, pero debe ser algo malo porque mi
madre está sentada a mi lado en la consulta y no para de llorar. El psicólogo ha dicho que
se trata de un TEA (Trastorno del Espectro Autista). Yo sigo sin entender de qué se trata,
en tanto observo la consulta del psicólogo. Hay diecisiete diplomas repartidos de cuatro
en cuatro de forma casi simétrica en la pared que hay frente a mí formando rombos.
Todos están emparejados excepto uno, el de Terapia cognitiva, que está colocado en el
extremo superior de la derecha. Creo que el psicólogo debería plantearse seriamente
rellenar el hueco a la izquierda con algún otro diploma porque mirarlo resulta
desagradable, de hecho, a mí me está poniendo nervioso.
—Lucas ¿te encuentras bien? —la voz del terapeuta interrumpe mis pensamientos
y eso no me gusta.
—No —respondo. Dejo de mirar los diplomas y miro el suelo.
—¿Estás enfadado por lo que he dicho?
—No.
—No tienes que preocuparte Lucas, yo voy a estar aquí para ayudarte.
—¿En qué?
—¡Lucas, no seas maleducado! —es la voz de mi madre. Giro un poco la cabeza y
la miro. Casi ha dejado de llorar. No entiendo por qué me llama maleducado, yo no soy
maleducado, no digo palabrotas, ni me meto con nadie. Lo que pasa es que no sé en qué
va a ayudarme el psicólogo si yo no necesito ayuda.
—No sea tan dura con él. Estoy seguro de que no lo hace con mala intención —le
reprende el psicólogo a mi madre mientras se vuelve hacia mí. Miro su cara un instante y
vuelvo a mirar al suelo, no me gusta mirar a los ojos de la gente, cuando me miran a mí
me da la sensación de que pueden adivinar lo que estoy pensando y no me gusta hacer lo
que no quiero que me hagan a mí. Mi madre, por ejemplo, con solo mirarme ya sabe si
estoy enfadado, triste… Yo tengo las notas más altas de mi clase y mi profesor de
matemáticas dice que tengo un coeficiente intelectual tan alto que podría adelantar un
curso más cuando quisiera, pero no sé decir si los demás están contentos o tristes
cuando los miro a la cara. Nunca lo he sabido.

II.- En mis años como psicólogo he aprendido cosas tales como dar confianza al
paciente, demostrar empatía, hacer que se sienta relajado, tranquilo, aceptado… Todos
necesitamos apoyo cuando tenemos problemas, queremos que nos ayuden, aunque a
veces nos cueste reconocerlo. A él parece resultarle tremendamente pesado estar aquí,
aparte de incómodo, innecesario e inservible. Si sigo explicando la situación es porque
soy un profesional y porque su madre no pierde palabra, pero por lo que a él respecta, no
da ninguna muestra de estar prestando atención. De hecho, no levanta la vista del suelo y
puedo apreciar cómo sus ojos se mueven de un lado a otro, de baldosa en baldosa,
juraría que las está contando.
—¿Pero está seguro de que es Asperger? —pregunta la madre.
—Pues según los informes de su nuevo instituto y por lo que usted me cuenta, todo
parece indicar que así es. Decirle que lo más característico son las dificultades sociales,
resultándoles tremendamente difícil entablar conversaciones. Tampoco son muy
afectivos, les cuesta expresar cariño hacia los demás poniendo de manifiesto una notable
carencia empática…
—¡¿Una carencia empática…?!
—Sí, dificultades para ponerse en el lugar de los demás y para identificar las
emociones. Usted me contaba que a veces permanece impasible ante sus enfados…
—Sí, a veces me enfado muchísimo por lo que sea y él ni se inmuta. La semana
pasada, por ejemplo, cuando me telefoneó la profesora para contarme los problemas que
había habido, le pregunté que por qué no me había dicho nada y me respondió que
porque yo no le había preguntado. Imagínese como me quedé, me enfadé muchísimo,
estuve un buen rato reprendiéndole su actitud y cuando terminé me preguntó que por qué
gritaba, que si estaba enfadada. Sí, la verdad es que siempre ha tenido problemas para
relacionarse, no parece gustarle mucho estar con los demás…
— Bueno, piense que su hijo es diferente. Él disfruta de sus momentos de soledad.
No todo el mundo es igual de sociable, lo importante es el bienestar personal.
—Sí, lo sé. Yo solo quiero que él esté bien, pero es duro.
—Bueno, seguimos…Suelen tener una fuerte adhesión a la rutina, no les gustan
los cambios.
—Ya lo creo que no le gustan, es el único chico que se enfada cuando llega a clase
y se entera de que tiene que volverse a casa porque la profesora está enferma. Un día
llegó a clase y habían cambiado a la profesora por una sustituta, al entrar y no ver a quien
él esperaba le dio literalmente un ataque de nervios, empezó a temblar muchísimo y a
balancearse, tuvieron que sacarle de la clase, relajarle y explicarle lo que pasaba.
Escucho con atención cada una de las palabras de la historia de Margarita. De
repente, observo que Lucas ya no mira al suelo, sus ojos se desvían de forma sutil hacia
su madre y noto cómo su cuerpo comienza a balancearse suavemente. No cabe duda de
que por fin nos está escuchando y que el recuerdo de aquel día de colegio ha vuelto a su
cabeza y le perturba. Se está poniendo nervioso.
—Otra cosa que quizás haya notado es que no suele comprender los dobles
sentidos o la ironía, pero siempre que le hable de forma literal le entenderá perfectamente
porque es un chico inteligente. De hecho, es muy inteligente ¿Tú sacas muy buenas notas
verdad Lucas?
— Sí
—¿Qué te gustaría ser de mayor?
—Quiero ser matemático o físico.
—Y seguro que lo serás —sonrío y aunque no me mira, se le ve más calmado—.
Bueno voy a enseñaros un par de herramientas que seguro que os serán muy útiles a
partir de ahora —les digo mientras saco una pequeña libretita de mi cajón.
—En cada una de las páginas hay dibujada una cara con una emoción. A partir de
ahora, Lucas, vas a llevar la libretita contigo y siempre que mires a alguien a la cara y te
preguntes qué le pasa, vas a intentar comparar esa cara con la de la libreta ¿De acuerdo?
Así podrás saber si está contento, triste, enfadado… Al principio te costará un poco, pero
ya verás que si lo practicas cada vez lo harás mejor —le doy la libreta y de repente caigo
en la cuenta de lo tarde que es—. Bueno señora añadir que deberá venir cada dos
semanas como mucho, para ir adquiriendo habilidades y poniéndolas en práctica, por lo
pronto, puede llevarse la libreta e ir practicando. Seguiremos en la próxima sesión.

III.- Salimos de la consulta y nos dirigimos a la parada del autobús. La cabeza me
va a estallar. ¿Cómo no me di cuenta antes? No quise ver el problema. ´El niño es muy
listo, a lo mejor es superdotado y se aburre con los otros niños´, ´Es diferente nada más´,
´Algunos niños son muy tímidos cuando son pequeños y luego lo superan, quizás solo
necesita tiempo´. Por otro lado, como su padre nos abandonó cuando él era pequeño,
quizás se siente abandonado, está enfadado y por eso no quiere estar con la gente…
Quizás…quizás… ¿Cómo he podido estar tan ciega? Ahora se me vienen mil recuerdos a
la cabeza. Siempre estaba solo en el recreo del colegio, solo muy de vez en cuando
intercambiaba estampitas de dinosaurios o jugaba a las adivinanzas, poco más, pero
nunca a algún juego en el que tuviera que correr o tener contacto físico con los demás,
además en contadas ocasiones lo he visto mantener una conversación con otro niño de
su edad. Hablaba sí, pero lo justo y necesario. Como no se juntaba con los demás niños,
hace tres años decidí comprarle una mascota, un agapornis, lo llamó Imanol. Es la única
presencia constante que no le incomoda. Se podría decir que ese pájaro es el único
amigo de verdad que ha tenido mi hijo.
— Mamá, el 18… —se acerca un autobús.
— Sí, es el nuestro, vamos.

IV.- Suena el timbre, significa que podemos ir al recreo, pero espero a que los
demás salgan primero porque no me gusta estar entre mucha gente, que me empujen,
incluso que me rocen, lo odio. Ahora que todos han salido, voy a leer al banco de la
puerta, pero primero, como todos los días, voy a beber agua en la fuente del final del
pasillo. Al salir de la clase, choco con Amanda Martín, una compañera de clase.
—¡Eh!, ¿estás ciego?
—No —respondo taxativo, la gente me hace unas preguntas rarísimas.
Permanezco unos segundos más de pie frente a Amanda antes de marcharme, miro su
cara un instante intentando descifrar qué le pasa, como me dijo el psicólogo, luego saco
rápido la libreta a ver si logro descifrar de qué humor está. Tiene las cejas levantadas y la
boca un poco abierta. Parece estar enfadada… o sorprendida… o asustada… No lo sé.
Guardo la libreta un poco decepcionado. Es demasiado. Me siento mal, incluso me dan
ganas de llorar, pero me contengo, mamá dice que ya soy mayor para estar llorando por
cualquier cosa.
. . . . . . . . .
Mi orientadora me ha preguntado qué le voy a regalar a mamá, hoy es el día de la
madre, pero no he sabido qué responder. Me cuesta mucho pensar en qué pueden querer
los demás. Ella me ha aconsejado que le compre unas flores y le escriba una tarjeta
bonita. A mí lo de las flores no me parece una buena idea porque son flores cortadas del
suelo y mamá dice que eso está mal. Pero la orientadora dice que está segura de que le
van a gustar y ella entiende de todo lo que yo no entiendo, así que voy a la floristería a
comprarle un ramo de violetas. El ramo trae una tarjeta, así que cojo mi bolígrafo azul y
escribo: “Felicidades mamá. Te quiero. Tu hijo, Lucas”. No tengo muy claro si es muy
bonito o no, pero es lo que se suele poner.
Al llegar a casa mi madre está en la cocina haciendo de comer.
—Toma, esto es para ti.
Se vuelve y me coge el ramo. Saca tarjeta, la lee y me da un abrazo. Yo no me
aparto, como otras veces, aunque no me gustan mucho los abrazos, hoy es el día de la
madre y ella es mi madre, aunque ya he aprendido que las madres abrazan a sus hijos
porque sí, porque les gusta abrazarnos, ¡vaya tontería!
—Muchas gracias, hijo— me dice y se queda mirándome con una cara tan
indescifrable como todas las demás, así que saco mi libreta e intento adivinar una vez
más. Por fin una cara que encaja perfectamente con el dibujo: por primera vez en mi vida
sé que mamá está contenta.